Los cristianos nunca deben inmiscuirse en problemas de otros.
Todos actuamos conforme a una libertad dada por Dios: El libre albedrío.
Usted, cristiano, cuando sea testigo que un marido está apaleando a su esposa (o cualquier otra situación por el estilo), márchese de allí tranquilamente.
En el caso de que la sociedad le quiera pedir responsabilidades, por no prestar la ayuda debida, diga que no era usted el único que presenciaba la escena. Que había otro ser muy poderoso que también estaba observando el desaguisado; pero que no intervenía por no contravenir sus normas: El libre albedrío.
Por consiguiente ¿Quién era usted para enmendar la plana de unos designios divinos, ejecutados durante miles de años?
Ignoro si al juez humano estos argumentos le serán válidos para desestimar la condena que le pudiera corresponder por no prestar auxilio; pero, sea cual fuere la sentencia mundana, en el cielo tañerán campanas por su creencia en el Libro Sagrado.
Y eso es lo que importa.
La Verdad nos hará libres.