Él tendrá que huir a una de estas ciudades (Jos. 20:4).
Cuando un israelita mataba a alguien por accidente,
debía huir a una ciudad de refugio
y presentar su caso en la puerta de la ciudad “a oídos de los ancianos”.
Ellos debían ser hospitalarios con él.
Algún tiempo después, tenían que enviarlo de vuelta
al lugar donde había ocurrido la muerte
para que lo juzgaran los ancianos de esa ciudad (Núm. 35:24, 25).
Si estos llegaban a la conclusión
de que había sido un homicidio involuntario,
le permitían regresar a la ciudad de refugio.
¿Por qué tenía que hablar el homicida con los ancianos?
Porque ellos debían mantener limpia la congregación de Israel
y ayudar al homicida a beneficiarse de la misericordia de Jehová.
Un estudioso de la Biblia explicó que,
si el fugitivo no hablaba con los ancianos,
se arriesgaba a ser ejecutado,
“porque no había aprovechado
lo que Dios había hecho para ofrecerle seguridad”.
Si no se refugiaba en una de estas ciudades,
el vengador de la sangre podía darle muerte.
LO QUE YO ENSEÑO NO ES MIO
PERTENECE AL QUE ME ENVIO” (Juan 7:16.)