“Eso fui. Una suerte de botella echada al mar. Botella sin mensaje. Menos nada. Nada menos…
Aprendí definitivamente los colores, me adueñé del insomnio, lo llené de memoria y puse amor en cada parpadeo.
…Y me puse a soñar lo que se sueña cuando el olor a lluvia nos limpia la conciencia.
No sabía de dónde venía el frío. No estamos en invierno, pensó. Sin embargo, las manos se le habían vuelto rígidas, las rodillas le temblaban, el alma no era alma sino témpano.
Si no se esfuman/hay que tener cuidado/con los fantasmas.
Cuando veo que estás despierto a media noche, también me desvelo, y así seguimos, uno junto al otro, sin tocarnos ni preguntarnos ni necesitarnos.
Si un amor concluye intempestivamente, es urgente improvisar otro, ya que sin amor los resortes de la cotidianidad se oxidan.
…está lloviendo desconsoladamente. Bienvenida la lluvia. Siempre tuve la sensación de que un buen y nutrido aguacero me limpiaba la conciencia hasta en sus rincones más escabrosos, esos a los que nos cuesta llegar con meras reflexiones y autorreproches.
Alguna vez leí que el abrazo del tango es sobre todo comunicación erótica, prólogo del cuerpo-a-cuerpo que luego vendrá o no, pero que en ese tramo figura como proyecto verosímil.
Lo penoso es que la vida sigues después del tango, y esa misma hechura, esa misma presencia entrañable que me había descubierto el amor, un día se convirtió en ausencia extrañable y mi pobre cuerpo quedó partido en dos: una mitad de amor perdido y otra de rencor encontrado.”
Benedetti