En la época de Jesús de Nazaret el estamento social gobernativo y religioso estaba constituido por los Sumos sacerdotes, ancianos, escribas y fariseos. El nivel moral de cada uno no viene al caso.

En todas las épocas han existido personas más o menos díscolas que han cuestionado la autoridad de los gobiernos legalmente constituidos.

En los tiempos en que existió Jesús, los judíos estaban bajo el imperio romano, y cualquier intento de sublevación era rigurosamente reprimido (léase a Flavio Josefo, entre otros).

En estas circunstancias, el predicador subversivo Jesús no podía ser visto con buenos ojos por los gobernantes judíos. No se trataba de envidia, si no de responsabilidad. Jesús llevaba al pueblo judío a una guerra abierta contra Roma, que supondría una masacre para el pueblo judío (como sucedió en el siglo II).

Los romanos cuando conquistaban un pueblo (nación) lo hacían provincia de Roma; ponían un prefecto que lo controlara y permitían seguir con sus creencias religiosas. Tal era el caso con el pueblo judío.

En el evangelio de Juan hay dos versículos que nos dicen abiertamente la verdad sobre el Jesús histórico:

«47 Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo y decían: «¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchas señales.
48 Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación.»»

(Juan 11:47-48).

¿Qué enseñaba Jesús que, si todos le creían, provocaría que Roma destruyese la nación judía?

Pues predicaba aquello por lo que fue juzgado y crucificado: Sedición. El levantamiento en armas contra Roma.
Pretender hacer al Jesús histórico completamente bueno, suponía hacer al resto de la sociedad completamente mala y perversa. Eso pretendían los que escribieron los evangelios. Y eso no era verdad.