Parece que los evangelios están escritos para personas que no se preguntan nada.
A arrestar a Jesús vino una cohorte mandada por un tribuno. En una palabra: Muchos soldados.
Ante lo que nos dice el evangelio:

“Y cuando les dijo: Yo soy, retrocedieron y cayeron a tierra”.
(Juan 18:6).

Surgen las preguntas ¿Quiénes cayeron a tierra? ¿El tribuno y los alguaciles? ¿El tribuno, los alguaciles y la cohorte entera? ¿Fue una parálisis momentánea de piernas? ¿No se quedaron acojonados?

Pero un poco más adelante dicen los evangelios que Pedro cortó una oreja al siervo del sumo sacerdote, y Jesús se la restituyó (cirugía sin puntos).

Surgen las preguntas: ¿No quedó maravillado el desorejado? ¿No quedaron maravillados el tribuno y los alguaciles ¿Y la cohorte?

¡Vaya panda de cerriles! Después de haber sido tirados por tierra, ven lo nunca visto ¡Y ni se inmutan!

Homo sum; nihil humani a me alienum puto. O sea, que no me trago el que los adversarios de Jesús fueran tan excepcionalmente malos e insensibles.