[EL DIOS EMOTIVO, comentario 37]
Habiéndose decantado hacia una visión materialista de la realidad, muchos pensadores contemporáneos han visto en el Génesis (y en la sagrada escritura en conjunto) una reliquia literaria sin mayor valor trascendente. Algunos piensan que su contenido es mayormente mitológico, o simbólico. Otros están convencidos de que posee muchísimas contradicciones, por lo que recurrir a la Biblia como guía moral sería, para ellos, algo inaceptable. Hay los que creen que los escritos bíblicos no corresponden a los autores a quienes se atribuyen, y hasta aseguran que Jesucristo no fue un personaje histórico real sino una ficción elaborada por los cristianos primitivos. En fin, parece que en nuestros días se ha multiplicado como nunca antes el descrédito a la Biblia como Palabra de Dios. Y lo cusioso del caso es que una investigación imparcial y sincera del contenido de esos tópicos, a diferencia de lo que cabría esperar, revela una serie de ardides, engaños, incoherencias, inexactitudes, prejuicios, y así por el estilo, de repercusión general insospechada.