En otras palabras, para que tú creas lo que me dice Dios, Dios tiene que decir lo que tú quieres oir. O sea que si de repente me dice que Él es quien mandó matar a los madianitas, le creo; pero si me dice que Él no mató a los famosos primogénitos egipcios, que eso fue un invento de un rabino borracho, ya no hay que creerle.