Hace algunas líneas me preguntaba acerca de los lìmites de los fanáticos ultraderechistas.
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[I]Canoa, una pequeña comunidad ubicada a unos doce kilòmetros de la ciudad de Puebla, el 14 de septiembre de 1968 fue el escenario de una terrible tragedia que conmoviò a todo el paìs y a nuestra entidad: un grupo de jòvenes empleados de la Universidad Autònoma de Puebla fueron linchados por una turba furiosa, que estaba convencida de que aquèllos eran emisarios del comunismo internacional, y que iban dispuestos a secuestrar al cura del lugar, a llevarse la estatua de su santo patròn, y a secuestrar a sus hijos para enviarlos a algùn paìs comunista, Cuba o Rusia.
En realidad los jòvenes de referencia —Ramòn Calvario Gutièrrez, Miguel Flores Cruz, Juliàn Gonzàlez Bàez, Jesùs Carrillo Sànchez y Roberto Rojano Aguirre— no tenìan otro propòsito que el de escalar La Malinche, decidiendo arribar a San Miguel Canoa porque en esta comunidad, que se encuentra enclavada en las faldas de la montaña, existe un camino muy transitable que conduce hasta una parte muy avanzada de la misma.
Habrà que señalar —porque sin esto difìcilmente podrìamos comprender los hechos que se presentaron en la comunidad de referencia— que por esos dìas nuestro paìs era presa de la histeria anticomunista desatada por las fuerzas màs retrògradas de Mèxico a raìz del movimiento estudiantil que habìa estallado desde julio de ese 1968.
Por todos los rincones de la naciòn se escuchaban condenas y diatribas contra dicho movimiento por parte de las "fuerzas vivas", quienes aseguraban que el mismo no era sino parte de
un "complot" del bloque comunista enderezado a apoderarse de nuestra patria.
En dicha campaña de desprestigio contra el movimiento estudiantil de 1968 convergìan todos los enemigos de la democracia y del progreso: desde los gobernantes, funcionarios y lìderes acostumbrados a la intolerancia y a la manipulaciòn de los trabajadores y campesinos, pasando por los medios informativos ,cuyo "modus vivendis" no era otro que el de aplaudir y vanagloriar al Estado , hasta los sectores màs atrasados del clero catòlico, quienes, aprovechàndose del fervor religioso de nuestro pueblo, se dedicaron con vehemencia a manipular a los creyentes, aseguràndoseles que los estudiantes "rebeldes" estaban manipulados por potencias extranjeras interesadas en convertir a Mèxico en una naciòn comunista y, por ende, "atea", "adversaria de la civilizaciòn occidental", en la que se desterrarìa para siempre el culto a la Virgen de Guadalupe y a los otros sìmbolos religiosos.
Una vez que fueron rechazados del curato y de la presidencia municipal, pensaron que serìa màs conveniente retornar a Puebla, empero ya el servicio de autobuses habìa culminado sus actividades, por lo cual decidieron ingresar a otra tienda que se encontraba sobre la carretera, con la esperanza de que pasara algùn taxi que pudiese llevarlos a la ciudad. Mientras aguardaban, en ese lugar entablaron amistad con un joven originario de Canoa pero que trabajaba como pintor de paredes en la Villa Olìmpica, Odilòn Garcìa, quien, al enterarse del problema por el que atravesaban, les invitò a pasar la noche en casa de su hermano Lucas. Este —a diferencia de sus paisanos— los recibiò amablemente, al igual que su esposa Tomasa y sus tres pequeños hijos.
Mientras los excursionistas y sus huèspedes conversaban , en las afueras del pueblo iba en crescendo el rumor de que habìan llegado al pueblo un grupo de comunistas que "iban a poner una bandera rojinegra en la iglesia del lugar", que "no tardaban en atacar al cura", que "se llevarìan a los niños y al ganado", y otras versiones por el estilo, lo cual propiciò que comenzaran a reunirse diversos nùcleos de moradores dispuestos a enfrentar la amenaza a como diera lugar.
Mientras tanto, las campanas de la iglesia doblaban con vehemencia a efecto de congregar a los fieles y simultàneamente, varios aparatos de sonido colocados en diversos sitios exhortaban a los vecinos a salir en defensa de sus bienes y de su pàrroco, todo lo cual propiciò que poco tiempo despuès se congregara una multitud enardecida de alrededor de mil personas, armadas de palos, machetes y escopetas, que no tardò en dirigirse al sitio donde se hallaban los excursionistas, quienes todavìa a esas alturas —no obstante que escuchaban la algarabìa que imperaba en las afueras de la casa— no presentìan el pandemònium que tenìa lugar en el pueblo.
La turba llegò al hogar de Lucas Garcìa exigiendo que le fuesen entregados los "comunistas", y, ante la resistencia de èste —quien no titubeò un instante en defender a sus huèspedes— la multitud decidiò destruir la puerta a hachazos, entrando precipitadamente a la casa. Aùn en esas condiciones Lucas continuò luchando enconadamente para evitar que los jòvenes fuesen lastimados, pero cayò herido mortalmente por el golpe de una pala, siendo el primero en caer masacrado. Minutos despuès caìan Jesùs y Ramòn, recibiendo una andanada de golpes de machete, de hacha, y varios disparos.
Acto seguido Juliàn, Miguel, Roberto y Odilo fueron atados y sacados de la casa con direcciòn al centro del pueblo, en donde sus victimarios se proponìan lincharlos. Al tiempo que eran pateados, insultados y golpeados, la gente vitoreaba a su santo patròn, a su cura, y lanzaba gritos histèricos contra el comunismo y contra la Universidad.
El cura, Enrique Meza Pèrez, por su parte, declarò que no presenciò los hechos dado que se encontraba enfermo. Empero, se sospecha que èl fue uno de los principales instigadores del linchamiento, dado que se caracterizaba por ser
un hombre imbuìdo de anticomunismo y de fanatismo religioso. Acaso no se enterò —aunque estuviera convaleciente— que se utilizaban las campanas de la Iglesia para congregar a la multitud?
Odilòn cayò muerto, despuès que alguien le disparara a quemarropa en el rostro.
Los linchadores, creyendo que Juliàn y Roberto ya habìan fallecido, los abandonaron, no sin antes pretender rematarlos. Sòlo les faltaba eliminar a Miguel, quien se salvò milagrosamente porque, en los instantes en que se arrojaban sobre èl para matarlo, llegò el ejèrcito, la policìa, y la Cruz Roja, a quienes llamò el ùnico vecino de Canoa que contaba con telèfono, el cual, por cierto, tambièn fue herido por alguno de sus coterràneos, seguramente al ser sorprendido pidiendo auxilio a la fuerza pùblica.
El saldo de esa noche fatìdica fueron cuatro muertos.
Cuarenta años después, habla una de las sobrevivientes:
Fuente: Gaceta Històrica de la BUAP.
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Cualquier semejanza con el accionar de los trogloditas ultraderechistas que deambulan por èste espacio, no es mera coincidencia. Està citado con toda intención.
Pero desde luego que nò importa. Verdad?. Fue “hace muuuucho”.
“….aterrados ante lo que no entienden optan por destruirlo.”