
Iniciado por
gabin
... Acepta que un dios omnisciente y castigador es: inmisericorde, injusto y el sadismo es su fuerte.
...
no es así, lo voy a desarrollar más abajo.

Iniciado por
maxicastag
El problema es que el principal mandamiento es: Amar a Dios por sobre todas las cosas, esto implica creer en Él.
Si no crees en Dios estás violando el principal mandamiento.
Ya he comentado que "creer" en el siglo 1 implicaba más que el concepto actual. Creer (bíblicamente) no es sólo confiar.
Amar a Dios no implica sólo creer, sino también realizar las obras que quiere Dios (y actuar bien... pueden hacerlo creyentes y no creyentes).

Iniciado por
gabin
Serás tu, por ser creyente, el que crea que se viola.
Por ventura, no vivo en una teocracia. A nadie se le impone creer o no creer en dioses; en mi país, es a gusto del consumidor. Es del todo preferible así.
Que te parecería, si un no creyente se hubiera pergreñado unos mandamientos ateos y te dijera lo contrario: Si crees en dios, estás violando el principal mandamiento.
Seguro que te quedabas más fresco que una lechuga, ¿verdad?, pues eso.
Evidentemente, yo defiendo la libertad de creencias, es decir tú puedes tener tus creencias, yo las mías, y eso no nos debería de llevar a que ninguno de los 2 quiera imponerle al otro su fe.
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Pero volviendo al tema por el que algunos comentáis el asunto: ¿quién condena: Dios o el ser humano se autocondena?
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Estos temas (infierno, salvación, juicio final... se suelen tratar en una materia que se denomina "escatología", que alude al fin de los tiempos).
Lo que dice la Biblia sobre la bondad de Dios y su creación, así como sobre su voluntad salvífica, prohíben atribuirle responsabilidad directa en la existencia de un estado de perdición. La muerte eterna es fruto del pecado. Ahora bien, es evidente que Dios no puede crear ni querer el pecado. Luego tampoco puede crear o querer el infierno. La Iglesia ha rechazado la tesis del predestinacionismo (calvinismo, jansenismo), es decir, ha condenado como herética la atribución a Dios de una voluntad positiva de condenación.
El cielo sólo puede existir como don de Dios; el infierno sólo puede existir como fabricación del hombre (con el demonio). El problema teológico de la muerte eterna es, en suma, el problema teológico de las reales dimensiones de la libertad humana. La objeción de que Dios es demasiado bueno para que el infierno exista, se olvida de que no es preciso que Dios lo quiera; basta que exista el hombre que opte por una vida sin Dios.
Nos preguntamos, entonces, si el hombre es suficientemente libre para pecar mortalmente. ¿Puede realizar su existencia como un no inconmovible a la interpelación divina? Aquí se localiza hoy la contestación radical a la doctrina de la muerte eterna.
Se tiende a canjear culpa por error. Pero libertad dice responsabilidad y responsabilidad dice culpabilidad. Si decimos no a la culpa decimos no a la responsabilidad y a la libertad. La fe cristiana cree en la libertad y responsabilidad del hombre, porque cree en su condición de persona. Cree por eso en la posibilidad del mal uso de la libertad, lo que llamamos culpa o pecado.
Cabe aún preguntarse si la capacidad de culpa incluye el caso límite denominado pecado mortal, acción conducente a la muerte, en el sentido teológico del término. ¿Puede dar un no irrevocable a Dios? La doctrina de la muerte eterna responde afirmativamente: el no a Dios es posible; la libertad humana es capaz de ese no; la muerte eterna es una posibilidad real.
Para pensar así, la fe cristiana tiene al menos dos buenas razones:
-1, la seriedad de la actual economía de la gracia. La gracia, la amistad con Dios, no se impone por decreto; se ofrece libremente, corriendo el riesgo de ser libremente rehusada. Pues bien, en la posibilidad real de un sí libre a Dios, se contiene la posibilidad real de un no; sin ésta, aquélla sería insostenible.
-2, la otra razón nos viene suministrada por la experiencia. Esta registra la existencia actual del no a Dios en la forma del no a la imagen de Dios (cf. Mt 25). Es difícil concebir una negativa explícita y directa del hombre a Dios, salvo en el caso de una arrogancia casi satánica, psicológicamente poco probable.
El que no cree en él, no incurrirá normalmente en la incongruencia de rechazarlo, y el que cree ¿cómo se atrevería a hacerlo? Una ojeada a la historia mostrará que hay hombres animados por una voluntad de negación del prójimo, que no dudan en construir su vida sobre la violencia. En resumen: existe el pecado; luego puede existir el infierno. Si existen los infiernos intrahistóricos, puede existir el infierno metahistórico.
No se olvide que estamos hablando de posibilidad, no de facticidad. El paso de una a otra no le es lícito darlo al teólogo, ni siquiera a la Iglesia. Quizás el reparo más consistente contra la facticidad del infierno sea el que dice Balthasar: “si yo viese desde el cielo a mi madre o a mi mejor amigo en las torturas eterna” ¿podría seguir siendo feliz? No es posible ignorar el gravísimo peso de este interrogante; tampoco lo es dejarse vencer por él y concluir en la tesis de la apocatástasis. Los cristianos no podemos excluir categóricamente que la gracia va a triunfar de hecho (por supuesto, respetando la libertad humana) en todos los casos.
No tenemos derecho a excluirlo; pero tampoco tenemos derecho a exigirlo. Lo único que podemos hacer y debemos hacer es esperar y rogar a Dios para que así sea. Nos es lícito nutrir la esperanza de la salvación de todos.
Si tienes un porqué para vivir encontrarás casi siempre el cómo -Nietzsche