Ningún movimiento político ni religioso se puede comparar a los primeros cristianos que seguían a Jesucristo, que les enseñó el amor, la misericordia, el perdón y el reparto de bienes entre todos para que no hubiera unos viviendo en la abundancia mientras otros vivieran en la miseria.
Y ellos, los primeros cristianos, no imponían penas de muerte, ni guerras, ni genocidios donde se mataban a hombres, mujeres y niños, ni imponían esclavitud ni sacrificios. Precisamente Jesucristo, con su enseñanza del Evangelio, dejó abolidos todos esos mandatos crueles que se habían escrito en el viejo Testamento como si Dios los hubiera mandado, cuando lo que Dios mandó realmente es la misericordia.
Todos esos mandatos del viejo Testamento que faltaban a la misericordia no habían sido realmente dados por Dios, sino que eran preceptos de hombres, y por eso Jesucristo los abolió, pues Jesucristo no había venido a abolir la verdadera Ley de Dios, que mandaba amor, misericordia y perdón, Ley que Jesucristo restableció con sus enseñanzas del Evangelio.