Los cadáveres.-


Nuestro primer encuentro fue un hecho inesperado. Por algún motivo de avería en el motor, el agua estaba cortada. Acostumbrado a la ducha diaria, ese día estaba molesto y de mal humor. Me tumbé en la cama y me puse a darle una ojeada a la primera revista que encontré. Era pornográfica y su interior guardaba fotos de chicas estupendas. Posiblemente debido al calor o tal vez por el cansancio y mal humor noté una fuerte erección. Entorné los ojos y quise ensoñar que una de las chicas de la revista se me ofrecía en medio de arrumacos. Sé que es difícil de creer, pero sentí en el vello de mis testículos, como si alguien soplase en ellos suavemente. Me anonadé aún más, y esa ensoñación hizo que el semen corriera por mi pierna sin que hubiese tocamientos por mi parte.
Cuando vine a la realidad, no vi a nadie al principio. Traté de dormir aprovechando la sensación placentera del momento y creo recordar estuve unos momentos como ausente y relajado. El malhumor se había ido y no me acordaba de la falta de ducha ¡Fue entonces cuando la vi!
Estaba medio tapada con la sábana. Su sonrisa era procaz. Parecía indicarme que era ella quien dominaba la situación, y que yo actuaria pasivamente. Vino hacia mí y sentí como el mismo soplo en los testículos. Entorné otra vez los ojos y a mi mente volvieron las fotos de las chicas. No sé de donde salieron sus hermanas. Lo cierto es, que en las zonas más erógenas de mi cuerpo sentí nuevas sensaciones ¡Fue una noche inolvidable!
Continuaba la avería del agua y por unos días tuve otra vez la sensación de malestar. Aquellas caricias que al principio provocaban erecciones eran ahora motivo de arrebatos histéricos. Adelgacé de manera alarmante y el sueño me vencía donde quiera que estuviese. No soy hombre violento. Más en mi mente comenzó a anidar la idea de matar a ella y sus hermanas. Yo mismo me asombraba de poseer esa sangre fría. No existía en mí asomo de piedad.
Medité bien la forma de actuar. Sería con potente veneno y no dejaría rastro. Para más seguridad, me ausentaría unos días de casa y las ventanas permanecerían abiertas para borrar el olor. Un amigo, dependiente de una droguería, me facilitaría lo necesario. No era preciso darle más explicaciones.
Unas horas ante de acostarme esparcí el veneno en las sábanas. Seguras de sí mismas, ni ella ni sus hermanas esperaban un fin tan atroz. Tendrían una muerte lenta. Posiblemente con grandes estertores por el dolor No repare en esos pormenores. Buscaba el eliminarlas ¡No podía seguir viviendo así!
Cuando retorne a casa, los cadáveres se hallaban sobre la cama. Algún vecino me hablo de un fuerte olor que salía de casa. No le di más importancia e incluso me recreé en mi obra: ¡Allí estaban los cadáveres de las dichosas pulgas!