Me dejas pasmado, boquiabierto y sin palabra. Jamás se me ocurrió que tal pensaras de los grandes patriarcas. Que los vieras hasta primitivos, comparados con la mejor luz que te baña. A estos, de los que el propio Señor se enorgullece de llamarse su Dios. El Dios de Abraham, Isaac y Jacob. El mismo Abraham que en la parábola de Cristo recibía en su seno a sus pequeñitos queridos como Lázaro el mendigo.
Qué te puedo decir, ante tal superioridad incontestable.
Pues cierto es que habían sido hechos poco menor que los ángeles, pero claro, debido a sus apetitos carnales, no podrían tener lugar en el mesón de los cielos... ¿Entonces, dónde estarán? ¿Será que esperando en las tinieblas de afuera?
Lo único que me inquieta ahora, es el por qué los caminos de Dios serán tan misteriosos: Darle como primer mandamiento a Adán el de fructificar, reproducirse y henchir la tierra; cuando luego, según el Jesús que nos revelas, lo mejor era pues, que no tocara ni de lejos a su mujer. ¿Y qué intrincada cosa habrá querido pues decir Pablo al afirmar que para Dios ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón?
¡Misterios del Dios Trino!