Hoy seguimos este mismo modelo en las reuniones. Nos LO tomamos muy en serio
Los primeros cristianos tenían la costumbre de reunirse.
Después de la fiesta del Pentecostés del año 33,
los discípulos se dedicaban a aprender lo que los apóstoles les enseñaban,
y “día tras día asistían constantemente
al templo con un mismo propósito” (Hech. 2:42, 46).
Más adelante, las reuniones cristianas
incluían la lectura de escritos inspirados,
como las cartas de los apóstoles y otros discípulos de Cristo
(1 Cor. 1:1, 2; Col. 4:16; 1 Tes. 1:1; Sant. 1:1).
También oraban juntos y, en ocasiones,
contaban experiencias de la predicación
(Hech. 4:24-29; 11:5-18; 14:27, 28; 20:36).
Analizaban doctrinas bíblicas y el cumplimiento de profecías,
recibían enseñanza sobre la conducta cristiana y el servicio a Dios,
y se les animaba a predicar con entusiasmo las buenas noticias
(Rom. 10:9, 10; 1 Cor. 11:23-26; 15:58; Efes. 5:1-33).
Hoy seguimos este mismo modelo en las reuniones.
Nos tomamos muy en serio este consejo de Pablo:
“Estemos pendientes unos de otros ,
sin dejar de reunirnos, como algunos tienen por costumbre.
Más bien, animémonos unos a otros,
sobre todo al ver que el día se acerca” (Heb. 10:24, 25).