Ah, pero claro, los niños podrían ser criados por una máquina, pero los homosexuales no debiesen conformarse con tan poco, ¡jamás!; eso sería discriminación, ellos merecen lo mejor, carne fresca y vivita. A todo esto, propongo que dejemos de una vez por todas las discriminaciones atrás. (No que discriminemos por atrás, eh, no se me malinterprete, que cada cual hace lo que quiere con su vida, aunque yo sí seguiré haciéndolo, discriminando con quien lo hago atrás. Sólo bebas adorables.) ¿Cuán mal se siente el gigante cuando le llaman así, gigante?; al inválido ahora tampoco se le dice tal, sino minusválido, todos apelativos basados en consecuencias, en rasgos visibles, y no en las causas, que son invisibles, internas, fisiológicas. Pues no lo hagamos más; además, tampoco tiene sentido. Un factor interno, una anormalidad o trastorno fisiológico, puede tener muchas consecuencias, no sólo aquellas más llamativas para cada caso, y en la funcionalidad social uno debe considerar las atingentes. El gigante no es aceptado en la práctica deportiva no porque cuente con una ventaja injusta, sino por su debilidad muscular, por ejemplo. Pues con los homosexuales es lo mismo. Que les guste el chorizo al punto de usarlo como avatar, que les guste que les den por atrás o que les gusten las tortillas de rescoldo, no es una causa, es una consecuencia, es una de las muchas conductas derivadas de un menor tamaño y volumen del tercer núcleo intersticial del hipotálamo anterior. Llamémoslos entonces microtalámicos y neguémosles la adopción no por sus conductas sexuales en particular, sino en general por sus conductas alteradas y anormales.