Comentario a la imagen de mi último mensaje:

Es una imagen simbólica del Todo, de la Historia, de lo que ocurre en el Cielo y lo que ocurrirá para siempre. Es simbólica en primer lugar porque el Padre y el Espíritu Santo no tienen cuerpo sino que son espíritus puros; tan sólo hay actualmente dos cuerpos en el Cielo, el de Nuestro Señor Jesucristo y el de la Santísima Virgen María. Todos nuestros hermanos fallecidos que han ido al Cielo lo están en alma, hasta el día en que retomen de nuevo su cuerpo. Y también están los ángeles, que nunca han tenido ni tendrán cuerpo. Un espíritu es una entidad inteligente, con voluntad, con memoria sin soporte neuronal, pero sin las limitaciones del cuerpo; en espíritu hay más capacidad de ser perfecto.

Vemos en primer lugar a Dios, que son tres personas, sin que ninguna de ellas sea más importante. En el Cielo será así, no nos encontraremos con alguien que es Dios, sino que nos relacionaremos con tres personas DIFERENTES, siendo las tres el mismo y único Dios, y nos podemos relacionar ya en la Tierra con cada una. Podremos sentir, dar y recibir el Amor del Padre, pero también del Hijo, y del Espíritu Santo. La imagen que representa al Padre aparece con las letras Alfa y Omega (la primera y última del alfabeto griego), como creador del mundo; apoya su mano sobre el mundo (representando al universo entero) creado y mantenido día a día por Él, pero ganado por el sacrificio de su Hijo Jesús, por eso hay una cruz encima de la bola del mundo.

El Hijo aparece con sus manos horadadas por los clavos de la Santa Cruz, simbólicamente en la palma como símbolo de dar, de entregarnos sus llagas, aunque por la Sábana Santa sabemos que realmente fue en la muñeca, y por eso en los estigmatizados siempre aparece en la palma, aunque el estigmatizado conozca la Sábana Santa y sepa que fue en las muñecas. Su Sangre es el precio que ha pagado por nosotros, por perdonarnos nuestros pecados, un precio que ningún hombre podía pagar, sólo un hombre que también fuera Dios y que su sacrificio tuviera un valor infinito. Por eso hablamos de la "Preciosísima Sangre de Jesús", por su precio infinito. Y por eso le adoramos en la Eucaristía en presencia real, pero no en pie o en majestad, sino destrozado, como una víctima de sacrificio, como un cordero degollado ("Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo..."); en la Eucaristía le tenemos con el cuerpo separado de la sangre, como corresponde a un cordero inmolado en el altar como ofrenda a Dios. Jesús no tenía cuerpo hasta que se encarnó en la Virgen por obra del Espíritu Santo, pero antes de eso existía desde siempre como un espíritu llamado el Verbo, la Lógica, la Razón, la Palabra... Jesús es Dios hecho un hombre como nosotros, participando de la bajeza del cuerpo humano por Amor a nosotros, ha venido a revelarse como Dios y a morir por nuestros pecados, escupido, insultado, humillado, burlado y tratado como el peor criminal, para que podamos confesarnos y que se nos perdonen los pecados, y así podamos ir al Cielo y evitar el estado horroroso y eterno del no-Dios: el infierno.

También vemos al Espíritu Santo, en imagen de una paloma debido su pureza, pero también por su naturaleza de "volar", de transportar mensajes de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, y de todos nosotros al Padre y al Hijo, y de Ellos a nosotros. Si lees estas palabras y sientes que en algo te llenan o estás de acuerdo con ellas, no hay duda, es obra del Espíritu Santo que está en tu cuerpo porque les has dejado entrar. Nadie puede hacer nada bueno sin el Espíritu Santo, aunque sea ateo y no lo sepa.

Y tenemos por fin a la Santísima Virgen María. No es una diosa sino que fue creada de la Nada, como todos nosotros. María no es Dios, pero es el centro de todo, la razón de todo, porque es en donde se centra el Amor de Dios. Las tres personas de la Santísima Trinidad la están mirando y la sitúan en el centro, el lugar que debería ocupar Dios. Esta es la diferencia fundamental entre el Alah de los musulmanes y el Dios de los cristianos, que Alah es una majestad individual y contenida en sí misma a mucha distancia del Hombre, mientras que el Dios que adoramos los cristianos es Amor, y por tanto es un Dios enamorado y "adorador" de su amada. Su amada se llama María, su Esposa, y detrás de Ella nosotros, formando entre todos el cuerpo de la Esposa que se llama Iglesia. Cada cual somos una célula de ese cuerpo, llena del Espíritu Santo y de Jesús cuando comulgamos. Así se funde el Esposo (Cristo) con la Esposa (Iglesia formada por nosotros) para formar el Cristo Total (en palabras de San Agustín). En ese acto sexual místico (del cual el acto sexual humano es sólo una metáfora física creada por Dios y rodeada de placer para celebrar la realidad a la que representa) se funden el Esposo y la Esposa en una sola cosa. Y si el Esposo es Dios y nos fundimos con Él, nosotros somos también Dios a partir de ese momento ("Sois dioses" Jn 10,34).

Por tanto, eso es el Cielo, el cuerpo místico de la Esposa formado por cada uno de los bautizados en unión con el Esposo, Jesucristo; o desde otro ángulo, María Esposa con su Esposo el Espíritu Santo. Por eso se dice que la Santísima Virgen María es la "Cuarta Persona de la Santísima Trinidad", pero no porque sea una diosa sino porque es amada y unida a Dios por su Amor. María y todos nosotros somos diosificados al dejar a Dios que se despose con nosotros, en una noche de bodas eterna y llena de maravillas. De ahí la simbología del maravilloso acto sexual de los esposos humanos, banalizado y convertido tantas veces en un pecado por obtener el placer con que viene adornado. Dos amantes que se funden en uno por amor, penetración que simboliza el entrar Dios en el ser humano, el masculino activo que propone entra en la femenina pasiva que accede que se deja (Dios-alma), una seducción previa a base de miradas y caricias como símbolo de la oración y las experiencias espirituales con que el Señor intenta conquistarnos a lo largo de nuestra vida, el orgasmo como metáfora de la muerte y encuentro con Dios, el que algo del esposo se quede dentro de la esposa como símbolo de la Sagrada Comunión, y la concepción de un hijo, de una nueva vida como imagen de que Jesús nace en nosotros al aceptar la Eucaristía. Y también la infidelidad sexual como símbolo del pecado, que es preferir a otros amantes antes que al esposo real, eso es el pecado, traicionar a Dios y preferir al demonio y sus hábiles y engañosas insinuaciones.

Por eso Dios ha hecho así el acto sexual humano para engendrar hijos suyos, como una imagen pálida de lo que será la unión con Dios tras nuestra muerte. Lo que en los matrimonios humanos es placer sexual físico, en el Cielo será goce espiritual no físico, hecho de amor puro, que es muy superior al placer físico. En el Cielo se ama, todos se desviven por todos, todos gozan por ver que el otro goza espiritualmente, porque se aman, y es un goce espiritual de contemplación de las maravillas de Dios. ¿Qué maravillas? Pues no pueden describirse; baste decir que todo lo bueno que conocemos en la Tierra viene de Dios, es un destello débil de la Belleza y del Bien que hay allí. Y esto para siempre, porque en el Cielo no corre el tiempo sino un tiempo especial llamado por los teólogos "aevum", que no cansa nunca y siempre es novedad continua, feliz y expansiva.

Eso es el Cielo, en el centro no está Dios sino la Virgen, la Iglesia, nosotros, por deseo de Dios, y es Dios el que nos ama primero, el que "está a nuestros pies" para que nosotros estemos también a los suyos como Esposo y Esposa perfectos, adorándose mutuamente. Por eso la Virgen María está en el centro de esta imagen, porque "Ella lo ha hecho todo", como decía San Juan Bosco, por Ella ha venido todo, por su encanto espiritual, por haber enamorado a Dios, y en Ella todos nosotros, como sus hijos queridísimos. Y junto con Ella, San José, "el Virgen", "el Santísimo Virgen José", aunque la representación de la Esposa corresponde a María por ser un papel femenino y en quien se centra el Amor de Dios. La Virgen de esta imagen está en actitud de contemplación de Dios, cierra los ojos sintiendo cómo Dios la ama, y de esa manera adora a Dios, contemplando el AMOR DE DIOS, SU MISERICORDIA INFINITA. El Inmáculado Corazón de María sólo palpita con un latido eterno: GLORIA, GLORIA, GLORIA... arrebatada por la contemplación de este Amor infinito de Dios. Y a cada Gloria, Dios se enamora más, y Ella y nosotros expresamos con más intensidad nuestros Glorias, y Dios nos da entonces más, y luego nosotros... en una espiral expansiva hasta el infinito, siempre creciente y llena de felicidad.

Por esto María es el camino más corto para llegar a Dios, porque es adonde Dios está mirando prioritariamente, además de a todos nosotros. Mejor que llamar a alguien para que vuelva la cabeza y nos mire, es ponernos nosotros en su línea de visión principal. Y está Dios tan enamorado de María (el Espíritu Santo ve a su Esposa, el Padre ve a su Hija y el Hijo ve a su Madre), que basta que Ella insinúe algo para que el Hijo se lo conceda "matemáticamente", al instante, aunque Ella nada pedirá si no es bueno o si no nos conviene. Por eso el Santo Rosario, rogar a la Virgen, es lo mejor que se puede hacer en esta vida, o las Tres Avemarías antes de acostarse. El Santo Rosario, en un orden práctico, es incluso superior a la Sagrada Eucaristía, porque si en ésta se encuentra Dios realmente, en el Rosario se encuentra la manera eficacísima de alcanzarlo; y nos trae más a cuenta encontrar la llave que abre el cofre del tesoro que encontrar el mismísimo cofre, que quizá no podamos abrir.