El resultado es una raza blanca moralmente debilitada, cuya voluntad de defensa y su orgullo se encuentran anulados por el auto-odio, frente a un conjunto de razas ajenas enajenadas por la propaganda que las lleva a justificar cualquier ataque, exigencia o reclamo violento contra la raza blanca. Para rematar cualquier resto de posible resistencia, se ha impuesto en la mentalidad occidental el dogma del igualitarismo; éste consiste en la negación de toda diferencia racial fuera del aspecto físico y en la creencia en que las diferencias culturales y sociales existentes se deben solamente al entorno, negando la indudable influencia genética en el desarrollo de las civilizaciones. Algunos igualitaristas algo más fanáticos incluso niegan la misma existencia de las razas, cerrando así cualquier posible discusión del tema.
Se lleva de esta manera a las masas blancas a vivir en un mundo de fantasías en el que, supuestamente, los grupos raciales se pueden mezclar o pueden ser reemplazados unos por otros sin que se pierdan para siempre costumbres y tradiciones y sin que se produzcan cambios sociales y culturales de importancia y sin pensar en que la raza blanca ha sido substituida por una mezcla alógena (reemplazo étnico). Esta creencia en la igualdad y fungibilidad racial da pie a que en las poblaciones blancas presenten menos resistencia a oleadas migratorias racialmente ajenas creyendo que el comportamiento de estos inmigrantes será el mismo que el del nativo blanco y que su adaptación social es factible y se dará de forma totalmente armónica. En todo Occidente está habiendo una colonización por parte de razas no-blancas, que se instalan en países blancos.