Por cuestiones religiosas los romanos no destruían una nación.
Jesús fue aclamado como Rey de Israel. Esto no fue fortuito. «Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel», deja claro el tipo de predicación de Jesús.
Esa predicación era sediciosa y los romanos eran muy tajantes con la sedición. En el siglo II los romanos terminaron destruyendo al pueblo de Israel.