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En 1969, en plena Guerra Fría, se dio a conocer el informe Quality of Life in the Americas,
resultado de un viaje realizado a la zona por el vicepresidente del gobierno de Richard
Nixon, Nelson Rockefeller, el cual no dejaba lugar a dudas sobre los intereses
estadounidenses y el papel de la religión a la hora de hacer realidad la doctrina Monroe.
En su texto, Rockefeller destacaba que «la Iglesia es susceptible de sufrir una
penetración subversiva». El magnate veía a la Iglesia católica y más específicamente a
la teología de la liberación como peligrosa y contraria a los intereses de los EE. UU. Por
ello, era preciso reemplazar a los católicos latinoamericanos por «otro tipo de cristianos»,
recomendando a su gobierno la promoción de las llamadas «sectas» fundamentalistas
que brotaban del florido árbol pentecostal estadounidense.
Estas sugerencias recibieron el apoyo de la presidencia y del Congreso de los EE. UU.,
que aprobó un plan de envío creciente de misioneros para debilitar a la denominada
«Iglesia católica popular» latinoamericana, una mezcla de la tradición católica española
con los ritos y creencias indígenas y con los llegados de África en los casos de Brasil y
de las Antillas. Para la consecución de esa política, EE.UU destinó millonarias sumas de
dinero a la construcción de templos evangélicos y al envío de «tele-evangelistas» que se
encargaran de organizar campañas masivas de evangelización a nivel regional.
En mayo de 1980 y a raíz de la revolución sandinista de Nicaragua, salió a la luz un
nuevo informe, el Documento de Santa Fe I, en el que se solicitaba al entonces candidato
republicano a la presidencia de los EE.UU, Ronald Reagan, que si ganaba las
elecciones, incluyera a la teología de la liberación como objetivo a ser combatido dentro
de la Doctrina de Seguridad Nacional, de manera que se pudiera neutralizar la acción de
los movimientos revolucionarios latinoamericanos y detener la penetración del marxismo
en la región. Lamentablemente, rezaba el informe, «las fuerzas marxistas-leninistas han
utilizado a la iglesia católica como arma política contra la propiedad privada y el sistema
capitalista de producción, infiltrando la comunidad religiosa con ideas que son más
comunistas que cristianas».Una vez en América Latina, las iglesias evangélicas fueron desvinculándose de los
EE. UU. y ganando autonomía. Los pastores fueron adaptando los mensajes a las
necesidades y a la cultura latinoamericana, generando formas de religiosidad híbridas
que combinan el catolicismo popular latinoamericano con el protestantismo importado .
Esto se aprecia en la producción musical que inicialmente era de origen anglosajón y a
partir de los años 80 se transformó en cantos directamente inspirados por la tradición endógena, los llamados «ministerios de alabanza» que adoptan la música local, samba
o salsa, salsa-gospel.
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