“En fin de cuentas, Jesús de Nazaret, tienes que reconocer que las profecías no han sido tu fuerte. Y en cuanto a las promesas que hiciste a los que quisieron seguirte tampoco las vemos cumplidas con demasiada exactitud.

Tus predicadores de hoy quieren también convencer de que en ti se realizaron todas las profecías del Antiguo Testamento; pero les pasa lo que a tus primeros predicadores, los apóstoles. San Mateo, por ejemplo, a toda costa quiere hacernos ver en su evangelio que «las profecías se habían cumplido» (5,17; 26,54; 27,35, etc.).

Pero según nos dicen los modernos exegetas, «para que se cumpliese lo que estaba escrito» —según leemos repetidamente en tus evangelios— Mateo (1,23) retorcía a Isaías (Is 7,14) y traía por los pelos a cualquiera de los profetas, sin importarle que su aseveración fuese falsa y aun a costa de quedar en ridículo; tal es el caso de la contradictoria genealogía tuya que nos presenta, en la que te hace descender de David, vía San José, acabando con ello de un plumazo con la tan cantada virginidad de tu madre.

¡No! Jesús de Nazaret: ni las profecías fueron tales profecías ni mucho menos pudieron cumplirse en ti. Lo que tus predicadores han hecho a lo largo de los siglos fue manejar caprichosa y fanáticamente la jerga bíblica, y acomodártela a ti en lo que les convenía. Pero por encima de las palabras escritas, interpretadas y acomodadas con mejor o peor intención, ahí están dos mil años de historia con la cruda realidad de los hechos. Tu divinidad es un puro mito, tu redención no existió más que en tu cabeza, y los humanos, por defectuosos que seamos, no necesitamos que nos salves de nada. La muerte se encarga de purificarnos y de hacernos dar el salto a otra dimensión. Y tú no fuiste ninguna excepción de ello”.

(Interpelación a Jesús de Nazaret – Salvador Freixedo)