Cuando Jesús estuvo ante los supremos sacerdotes, una vez arrestado, le acusaron de blasfemia, delito este
para morir apedreado. Lo hubieran hecho con gusto, sin tener que contar con el Prefecto de Roma.
Pero Judea era una provincia del Imperio Romano; y allí imperaba la ley romana.
La historia es la historia, y no podemos obviarla.