Es de sentido común: cuanto más complicado es algo,
menos probable es que haya surgido por casualidad.
Veamos un ejemplo.
Para que se forme una molécula de ADN,
unidad esencial de la vida, tienen que sucederse
con precisión múltiples reacciones químicas.
Hace tres decenios, el doctor Frank Salisbury,
de la Universidad del Estado de Utah (EE.UU.),
calculó que la aparición espontánea
de una molécula básica de ADN contaba con
unas posibilidades tan ínfimas que
cabía calificarla de imposibilidad matemática.
La complejidad resulta aún más obvia
cuando los seres vivos poseen órganos compuestos
que serían inútiles de no existir otros órganos
igualmente especializados.
Sirva de botón de muestra la facultad de la reproducción.
LO QUE YO ENSEÑO NO ES MIO
PERTENECE AL QUE ME ENVIO” (Juan 7:16.)