Antes de responder a lo que dices e general, quisiera aclarar que donde dice "Nadie llega al Padre sino por mí", otras Biblias dicen "Nadie viene al Padre sino por mí". Te digo esto porque las palabras "llega al Padre" parecen indicar que el Padre está en otro lugar, en un lugar diferente a donde Jesucristo está. En cambio, las palabras "viene al Padre" indican que el Padre es en Jesucristo. Y esto lo confirma la enseñanza de Jesucristo que continúa en los versículos que siguen a las palabras "Nadie viene al Padre sino por mí", como puedes ver:
Juan 14:6
Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.
14:7 Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto.
14:8 Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta.
14:9 Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?
14:10 ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí?
Por lo demás, es muy hermoso lo que recuerdas del Evangelio: que Jesucristo es la Verdad y que se deben guardar los mandamientos de Dios.
Pero muchos no comprenden que los mandamientos de Dios no son los mandamientos del Antiguo Testamento que Jesucristo abolió con sus enseñanzas del Evangelio, como los mandatos que ordenaban a los hombres esclavitud, sacrificios, ojo por ojo, penas de muerte, guerras y masacrar a pueblos enteros. Todos esos mandatos del Antiguo Testamento fueron abolidos por Jesucristo porque no eran de Dios sino de hombres, pues Jesucristo no vino a abolir la verdadera Ley de Dios, sino a dar a conocer plenamente la verdadera Ley de Dios y sus misericordiosos mandamientos.
Entonces la verdadera Ley de Dios y sus mandamientos son los misericordiosos mandamientos que Jesucristo enseñó cuando predicó el Evangelio. Y estos mandamientos que Jesucristo enseña en el Evangelio son los que se deben guardar para entrar en la vida, y no los mandatos que están escritos en el Antiguo Testamento que faltan a la misericordia y que son contrarios a los misericordiosos mandamientos del Evangelio.