concentrémonos en un aspecto concreto de dicha Ley:
las instrucciones sobre cómo debían hacerse los sacrificios y ofrendas.
En la Ley, los judíos de la antigüedad
encontraban a cada paso indicaciones de que eran pecadores.
Sirva como muestra la regla de purificarse
después de tocar un muerto.
Al tercer y al séptimo día de haber estado en contacto con él,
la persona impura tenía que ser rociada con “agua de limpieza” ceremonial,
la cual se elaboraba degollando una vaca roja sana, quemándola
y disolviendo sus cenizas (Núm. 19:1-13). Otra norma semejante exigía que las parturientas guardaran un período
de impureza y luego ofrecieran un sacrificio de expiación.
Así se recordaba que los seres humanos transmiten
en la reproducción el pecado y la muerte (Lev.12:1-8).
En la vida diaria había muchas otras situaciones
que requerían que los siervos de Jehová
sacrificaran animales para expiar los pecados.
Sea que se dieran cuenta o no,
tales ofrendas —que con el tiempo llegaron a realizarse en el templo—
eran una “sombra”, o modelo,
que prefiguraba el sacrificio perfecto de Jesús
(Heb. 10:1-10).