En todos los aspectos de la vida, y especialmente cuando tratamos con nuestros semejantes,
es bueno mantener nuestra mente abierta a lo que la otra persona nos dice. Nadie tiene la verdad, y todos la andamos buscando.

Nunca debemos cerrarnos extremadamente en nuestra postura, aunque aparentemente parezca que nos asiste toda la razón.

Podría ocurrirnos como en la siguiente historia.

El centinela de un acorazado ve una luz que se aproxima por estribor.
El capitán le pide que emita una señal para alertar a la otra embarcación:
—¡Aconsejamos que cambiéis vuestro curso veinte grados
inmediatamente!
Llega la respuesta:
—¡Aconsejamos que cambiéis vuestro curso veinte grados
inmediatamente!
El capitán monta en cólera.
—Aquí el capitán. Vamos a chocar. Cambiad vuestro rumbo veinte grados, ¡ahora mismo!
Llega la respuesta:
—Pues aquí un marinero de segunda clase, y os insto urgentemente a cambiar vuestro rumbo veinte grados.
El capitán está ciego de ira. Manda una señal:
—¡Soy un acorazado!
Y llega la respuesta:
—¡Y yo un faro!