Según el Génesis (primer libro de la Biblia), se produjo un alejamiento progresivo de la humanidad con respecto a su Creador tras la dispersión posbabeliana (la confusión de las lenguas en Babel), de manera que, si admitimos la historicidad de este libro sagrado, inferiremos que dicho alejamiento debió dar paso a toda una serie de dioses inventados por el hombre y para el hombre, cercanos o remotos; dioses caprichosos, de intenciones y personalidades desconocidas e imprevisibles, controladores en exceso o extremadamente distantes y despreocupados por los asuntos terrestres; frecuentemente terroríficos, crueles, intolerantes y exigentes; implacables y racionalmente incomprensibles. Además, desde el truncado registro histórico que nos ha llegado acerca del sentimiento religioso colectivo y de sus orígenes (un acervo bastante escaso y a la vez sumamente deformado), se ha querido especular sobre cómo y por qué surgió la pulsión religiosa en el género humano, obteniéndose en muchos casos una serie de conclusiones que colisionan frontalmente con el registro bíblico. Por otra parte, según el Génesis, Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, esto es, con emotividad, entre otras cosas; por lo tanto, surge la pregunta: ¿Es la emotividad humana un reflejo de una hipotética emotividad divina?