Estuve reflexionando un par de días sobre la idea de una amiga que desde lejos me invitaba a un festejo relativamente continuado, hasta que finalmente decidí que bien valía, al menos, hacerle una visita. Aunque más no sea para mirar de cerca la invitación, que siempre sospecho cuchillos bajo el poncho. Y los hay, claro, ahora -recién regreso y lo pensaré un rato- será cuestión de ver hasta donde se deja acuchillar uno en caso se sumarse. Pero ya veré, hay que pensar unos días, ya veré.
La invitante, por lo demás, brilla. Es, como suele decirse, brillante, y entre muchas otras cosas sobre las que iluminó mis escasos entenderes, me entretuvo bastante con Séneca. El "pelao" Séneca, parece que le decían los allegados, tenía varios. Tipo trascendente, ya venía de papá de nivel al que sus amigotes le llamaban "el viejo". Y como el "pelao" venía de eso, de gente de posibles, lo mandaron a estudiar a los mejores coles, estudiaba retórica, lo que más o menos vendría a ser el "chamuyo", la "sanata", el "verso". Y como se le daba bien eso de retoriquear, se la terminó creyendo él mismo, y se vendía como si fuera imbatible el tipo, casi había que apartarse a su paso cuando avisaba que cambien el rumbo los que se le ponían delante. Tanta publi se hacía, que un buen día hasta el propio jefe del estado -por ese entonces Calígula- lo llamó para tenerlo cerca. Calígula, loco y todo, tenía poco de tonto y como encima Séneca le andaba merendando a una hermana, decidió desterrarlo, que se fuera a criar chinchillas a Córcega. Y allá se fue el buen Séneca, a criar chinchillas y escribir tonterías, casi siempre copiadas por lo que ha podido saberse siglos después, hasta que un buen día los vientos cambiaron, porque los vientos tienen esas cosas.
Subió Nerón, ya se sabe, el de las llamaradas, y a instancias de otra guarrilla de la corte -porque vale decir que Séneca no le hacía asco a nada, y si tenía que usar lo que tuviera que usar lo usaba sin hacer análisis de saliva ni verificarle religión-, allá se fue el buen "pelao" de asesor de Nerón, compartiendo favores con otro especialista en asesorías, un tal Sexto Burro -así era el tipo, Burro se llamaba, que vamos a hacer-, y por lo que cuentan algunos de sus historiógrafos mientras asesoraban al Jefe de Estado incluso en como incendiar una parte de Roma, el buen Séneca -siempre en compañia de Burro-, le usaban alguna de las mujeres y otros detalles. Incluso, dicen, hasta se robó -con protección estatal, no era ningún boludo el Séneca- un buen tocho del Banco Panrománico. Claro que el incendio lo puso al pobre Nerón contra las cuerdas, por lo que el "pelao" comenzó a hacerse el tonto, cortó algunos hilos de los que solía tejer, se apartó un algo de Burro -nunca del todo, era pelao pero no boludo, lo dicho-, e intentó durante un tiempito hacer como que estaba más allá del bien y del mal, mejorar su reputación, vamos. Contó con dos o tres auxilios que pasaban por ser importantes, es cierto, pero por lo que parece unos cuantos más ya le habían picado el boleto, señalándole que casi nada de lo que pregonaba era lo que cumplía. Como era un hipócrita de aquellos, dicen que dijo antes de suicidarse -o de que lo ayuden a suicidarse, no está claro-, "yo no aplaudo la forma en que vivo. Aplaudo la forma en que debería vivir". Bueno, algo de honradez le debe haber quedado para decir semejante cosa.
El cuento de la invitante me dejó pensando, y seguramente sus cuentos -además de unas chapitas de coca cola, claro- pesarán en su favor en el momento de decidir que hacer sobre la invitación. En contra, y pesa pesa esa contra para decir verdad, que me recortará en mucho mi tiempo, asunto que valoro.
En fin, primero tiempo para pensar. Y Séneca, el "pelao", un personaje.
Chau