No querría sacrificios para él, porque con el resto comenzó exigiéndolos.
Si sí, por eso comenzó: ‘El que no me ama a mí más que a su padre y a su madre, no es digno de mí’. En el fondo está invitando al “abandono” de la familia, y para motivar ese abandono, que era tan duro en aquella época, les dice que ‘recibirán el ciento por uno’.
‘Dejad que los muertos entierren a sus muertos’. Para un buen hijo de Israel, enterrar al padre era de las dos o tres cosas más importantes de la vida. O también: ‘el que echa la mano en el arado y mira para atrás, no vale para el Reino de Dios’.
‘Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer y a sus hijos, hermanos, hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío’. ‘El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío’.
En Mateo (10,36) llega a decir que ‘los enemigos del hombre son los de su propia casa’.
LO DICHO, DICHO QUEDA.