Los Premios Darwin se entregan (simbólicamente, claro) a aquellas personas que han muerto de la manera más ridícula o grotesca posible, con lo cual han contribuido, con la desaparición de sus genes, a la mejora de la especie. Puede parecer un asunto macabro (y lo es), pero algunas de estas muertes tienen mucho humor. Se desechan los bulos, las leyendas urbanas o historias inventadas para recibir el premio, sólo se admiten historias que hayan ocurrido realmente. Pongo un par de esas historias que obtuvieron un premio.

#1: Francia, Año 1989
Jacques LeFevrier quiso asegurarse de su muerte cuando intentó el suicido. Fue a la cima de un acantilado y se ató un nudo alrededor del cuello con una soga. Amarró el otro extremo de la soga a una roca grande. Bebió veneno y se incendió la ropa. Hasta trató de dispararse en el último momento. Saltó al precipicio y se disparó al mismo tiempo. La bala no lo tocó pero al pasar cortó la soga sobre él. Libre de la amenaza de ahorcarse, cayó al mar. El repentino zambullido en el agua extinguió las llamas y le hizo vomitar el veneno. Un pescador caritativo lo sacó del agua y lo llevó a un hospital, donde murió… de hipotermia.

#5: Memphis, Tennessee (EEUU), abril de 2001
Un hombre intentó ganarle a un tren conduciendo su automóvil alrededor de las barreras de seguridad del cruce y como resultado chocó violentamente contra otro vehículo que estaba ejecutando la misma maniobra desde el lado opuesto de los carriles. El otro conductor había tenido la misma brillante idea. El primer conductor murió en el impacto. El accidente ocurrió a un lado de los raíles, y el tren pasó sin ser obstaculizado por los vehículos.