Cierta vez me invitaron cortesmente a una corrida de toros, yo estaba dando apoyo técnico en el exterior y como quedaba mal decir que no a los anfitriones, acepté la invitación.
Juro que si sabía la sensación de repugnancia y tristeza que me esperaba en esa arena, inventaba una excusa y no iba.
Fue de la cosa más atroz y repugnante que vi en mi vida.