Recuerde que Jesús, el Hijo de Dios, se presentó al pueblo judío
con un sorprendente anuncio acerca del Reino de Dios.
Pero aquellas personas solo estaban interesadas en su propia salvación
por obras de la Ley. (Mateo 4:17; Lucas 8:1; 11:45, 46.)

Por eso, podemos imaginarnos la sorpresa de los discípulos judíos de Jesús
cuando, tres días antes de su muerte, les dijo:
“Y estas buenas nuevas del reino se predicarán en toda la tierra habitada
para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin”.

Sus discípulos tienen que haberse preguntado cómo se les haría posible predicar las buenas nuevas
“a todas las naciones”.
¿Cómo podría cumplir alguna vez tan tremenda asignación aquel
grupito de creyentes? (Mateo 24:14; Marcos 13:10.)

Pasado algún tiempo, después de su resurrección Jesús añadió este mandato:
“Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y sobre la tierra. Vayan, por lo tanto,
y hagan discípulos de gente de todas las naciones, bautizándolos
en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo,
enseñándoles a observar todas las cosas que yo les he mandado”.
Así ellos recibieron la comisión de llevar el mensaje de su Amo
a “gente de todas las naciones”. (Mateo 28:18-20.)

Esto implicaba predicar a los gentiles, lo cual resultó ser un desafío.
La actitud de Pedro unos tres años después prueba eso.

Mediante una visión se dijo a Pedro que comiera animales contaminados.
Pedro quedó perplejo cuando Dios le indicó que cosas que antes se consideraban contaminadas
deberían verse ahora como limpias.

Entonces el espíritu de Dios dirigió a Pedro a visitar el hogar del gentil Cornelio,
un centurión romano. Allí él se dio cuenta de que la voluntad de Dios era que le predicara a Cornelio,
aunque antes Pedro había pensado que era ilícito tratar con personas de otras razas.

Mientras Pedro hablaba, sobre aquella familia gentil cayó espíritu santo,
y esto indicó, de hecho, que desde entonces el campo de la actividad misional cristiana
se extendería al mundo no judío. (Hechos 10:9-16, 28, 34, 35, 44.)

Cuando Pedro explicó a los ancianos de Jerusalén lo que había sucedido,
“ellos asintieron, y glorificaron a Dios, y dijeron:
‘¡Conque Dios ha concedido también a gente de las naciones arrepentimiento con la vida como objeto!’”. (Hechos 11:18.)
¡Ahora las naciones gentiles podrían recibir las buenas nuevas de Cristo y su Reino sin ningún impedimento!