Amo a mi país, amo a mi gente.

En estos momentos de tanto dolor y desasosiego, nos damos cuenta que no importa la religión, la piel, el género, la edad, si tienes dinero o qué tan culto eres, todos están trabajando como lo que somos, como seres humanos con sangre en las venas, todos halando al mismo lado, hacia el mismo objetivo, salvar vidas. Es conmovedor ver a hombres y mujeres que a pesar de haber perdido todo lo que tenían, en lugar de quedarse sentados a llorar, están de pie ayudando a los que parecen tener todavía un aliento de vida, sin perder la fe.

Es difícil ver las noticias y que el corazón no se estremezca, en estos días un colegio nos tiene sin aliento esperando que las criaturas que se encuentran con vida sean rescatadas, y como ellos, muchos. Es inevitable no verte reflejado en el otro, del que sufre por haber perdido su hogar, sus padres, sus hermanos, la incertidumbre y desesperación por no saber si tu hijo sigue con vida bajo los escombros, los que perdieron a su única compañía que los esperaba en casa, su mascota, por los lugares de trabajo derrumbados, es imposible no arrodillarse y pedir misericordia por nuestros hermanos en desgracia.

Dios proveerá, y como todo, esto también pasará.










De 1985, y hoy se repite.