La abominación de la desolación en el lugar santo es enseñar que no tenemos que guardar la Ley de Jesucristo (los mandamientos que Jesucristo nos enseña en el Evangelio). Cuando Jesucristo profetizó el fin del mundo, Él ya nos advirtió que habría muchos que no guardarían sus mandamientos, pues dijo se multiplicarían los infractores de la Ley:
"Y por haberse multiplicado la infracción de la Ley, el amor de muchos se enfriará. Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo. Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin. Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a los montes. El que esté en la azotea, no descienda para tomar algo de su casa; y el que esté en el campo, no vuelva atrás para tomar su capa" (Mateo 24:11-18.)
En el siglo III, las cosas empezaron a cambiar para los cristianos, pues los mandamientos del Evangelio empezaron a ser olvidados. Y ya en siglo IV los judaizantes de Roma dominados por los emperadores de Roma y su religión, volvieron a imponer las leyes del viejo testamento que Jesucristo había dejado abolidas con su sangre y con su dolor, y, sin respeto ninguno a Jesucristo, las volvieron a llamar "mandamientos de Dios".
Las biblias impuestas a los cristianos fueron confeccionadas e impuestas a los cristianos por los emperadores de Roma y su religión del imperio en el siglo IV, pero Jesucristo no había mandado predicar las leyes de las biblias judías o judaizantes que contenían tantos preceptos de hombres que Jesucristo abolió..., pues lo que había mandado predicar Jesucristo fue solamente el Evangelio. Y es que el Evangelio contiene los verdaderos mandamientos de Dios.
En el siglo IV, en tiempos del emperador Constantino, es cuando se impusieron las biblias judaizantes que los cristianos han tenido que soportar durante dieciséis siglos.