- Niño estúpido. Dijo la madre frunciendo el ceño y mirando al cura como esperando su aprobación mientras le quitaba aquel libro de las manos al niño.
Y prosiguió: - No preguntes. Podrás preguntar cuando estés grande y será en ese momento cuando puedas comprender, ahora no pues eres sólo un niño. Y la sonrisa de la blanca y regordeta cara del cura contagió el rostro de la madre. Sabían que el niño por temor, no preguntaría más y crecería y moriría siendo como ellos: un ferviente creyente.

Y el niño se hizo grande y hubiese muerto como creció, pero un día la duda impregnó nuevamente hasta la última gota del tuétano de sus huesos... Y aquí está ese niño, hecho HoMbre, preguntándose una vez más una y mil cosas más que nunca comprendió pero que tampoco tuvo el valor de cuestionar. Y aquí están también, no su madre y no ese cura que murió hace muchísimos años ya, sino unos iguales a ellos que prefieren no preguntar a entender, que prefieren ver llover tras el cristal de una ventana mientras leen libros escritos hace eones que intentan explicar mil formas del porqué de la lluvia pero que no hablan del ciclo del agua.