La tauromaquia es el vanal arte de torturar y matar animales en público. Traumatiza a los niños y a los adultos sensibles. Agrava el estado de los neurópatas atraídos por estos espectáculos. Desnaturaliza la relación entre el hombre y el animal. En ello, constituye un desafío mayor a la moral, la educación, la ciencia y la cultura.
La cultura es todo aquello que contribuye a volver al ser humano más sensible, más inteligente y más civilizado. La crueldad que humilla y destruye por el dolor jamás se podrá considerar cultura y mucho menos arte.
Precisamente por ello, los toreros y sus cuadrillas suelen provenir de las capas más desfavorecidas de la población donde la incultura es mayoritaria.
La corrida de toros no es ninguna fiesta ni tampoco una demostración de valentía del torero, porque antes de salir al ruedo el animal, por un lado, es destruido física y anímicamente, y por el otro se le inyectan estimulantes para que aparente bravura. Todo no es más que un burdo engaño para un público ávido de sangre…
El torero, que sabe que tiene ante sí un toro al borde del colapso ya desde antes de que comience el "espectáculo", no es más que un vulgar cobarde, por más que en la ficción de las películas se lo haya erigido como un héroe que arriesga su vida en cada corrida.
Difícilmente se encuentre en todo el planeta un oficio tan degradante de la condición humana como el del torero, salvo quizás el del verdugo o el torturador.
Obviamente, a esta misma altura se encuentra el público que con su presencia lo propicia.
La muerte de un toro en un ruedo es lenta y agonizante. Hay muchas cosas que el publico no ve, la gente puede creer que una corrida de toros es una "tradición de la cual sentirse orgullosos", una pelea entre un hombre solo enfrentándose a una terrible bestia mucho mas grande que él, y terriblemente peligrosa, pero esa imagen es una mentira.
La verdad es que el toro no tiene ninguna oportunidad, pues antes de que el espectáculo comience los toros ya se encuentran enfermos, desorientados y en dolor.