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Brasil debe estar divino.
Aquellos disturbios apocalípticos que la prensa con tantos bombos y platillos le dedicó, y que según ellos eran millones en las calles, acabaron.
¿Será que fueron cumplidas sus reclamaciones?
¡PORRA NENHUMA! Todo quedó igual o peor.
¿Y entonces?
Hoy hay cuatro nenitos “bian” que se hacen llamar “black blocks” (podrían copiar estrategias extranjeras, pero por lo menos darles un alias autóctono) que justifican su violencia, como arma contra el gobierno, el poder económico, y la dictadura de las mayorías. Nada se salva. Cajeros electrónicos, ómnibus y refugios de pasajeros, señales de tránsito, comercios, edificios, en fin…Lo que tengan por frente.
¿Es que no habrá nadie que los avive?
¿Que les diga que están siendo usados por el sistema, al cual tanto se oponen?
Con esa forma de actuar, en la práctica, ellos le prestan un gran servicio al Gobierno y al Poder. ¿Suena extraño, no?
Les copio y pego la última pesquisa que salió el domingo en Datafolha, donde queda demostrado sobre el efecto contrario –e involuntario- que ese grupo está cosechando.
La pesquisa demuestra como la violencia hace que se confundan las reivindicaciones por mejores condiciones de vida, con la violencia que estos salvajes le ponen a las manifestaciones pacíficas. Muchísimas personas dejan de manifestar su inconformidad en las calles, para no meterse en confusiones, o salir herido o preso.
¿Quién gana con esto?
Los poderosos, lógico.
Cuando leo sobre el “derecho de las minorías”, una sensación de incertidumbre me invade.
¿Es que las minorías tienen un derecho “especial” que colide con el de las mayorías?¿Tienen algún código diferente, algún medio punto a favor, algún privilegio que no sea igual al de cualquier ciudadano?
Todas las leyes son votadas y casi nunca con el respaldo unánime de los legisladores. ¿Es derecho del que votó en contra, alterarlas, no acatarlas, desobedecer lo que las mayorías decidieron? Llamar a esto “dictadura de las mayorías” es pura semántica.
O anarquismo.
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