El trayecto hacia nuestro jardín edénico era, como siempre, mortecino, solitario, amplio.

Las nubes grises cubrían casi todo el cielo; solo en retazos se miraba un cielo de un azul extraño, un azul grisáceo propio de una hora incierta.

Hacia adelante busqué la banca incrustada entre los arboles, en la que siempre suele aparecer uno de los tú que me visita. La banca estaba ahí, pero tú no estabas en ella. Hace tanto tiempo que no acude ninguno de mis amigables fantasmas a visitar mis sueños; y creeme que soñar a solas, sueños solitarios, sin mas personajes que yo... eso no es un sueño. Es una pesadilla.

Sin embargo, en los despertares de esos sueños nocturnos e invernales; empiezo a sentir deseos de volver a vivir y conocer gente; gente viva, gente real. Quizá empiece a curarme de... ¿de que?.

O quizá en realidad esté empezando a perder la cordura al fin.