La era de la religión

La del Antiguo Egipto fue una de las sociedades más prósperas y desarrolladas de su tiempo, una cultura que sacaba siglos de ventaja a la mayoría de sus vecinos. Por eso, no es de extrañar que fuese allí donde aparecieron los primeros dioses moralistas. Al menos los analizados en este estudio. Ocurrió durante la segunda dinastía en el período arcaico de Egipto, alrededor del año 2800 a.C.. La diosa Maat, hija de Ra, era la de la verdad, la justicia y la armonía cósmica. Pero también, el 'maat' se convirtió en un concepto que representaba todos esos valores humanos, muy humanos, similares al concepto de virtud que terminaría formando parte de la cosmogonía judeocristiana.

A lo largo del segundo milenio antes de cristo, otras muestras de dioses moralistas comenzaron a aflorar en regiones como Mesopotamia (alrededor del 2200 a.C.) o Anatolia, la actual Turquía (1500 a.C.). También en China, alrededor del 1000 antes de Cristo. Fue tan solo la primera semilla de lo que pronto se convertiría en una tendencia mucho más generalizada. A lo largo del primer milenio antes del nacimiento del mesías cristiano, cada vez más religiones locales comenzaron a adorar a dioses moralizantes, incluso antes de que las grandes religiones de la época (como el zoroastrimo o el budismo) llegasen a dichos lugares. Un ejemplo proporcionado por los investigadores: los dioses romanos ya castigaban a los que no incumplían sus promesas alrededor del siglo V a.C. En otras palabras, no hubo que esperar a Jesucristo para que los dioses mostrasen su cara más cotidiana. La frontera se encuentra aproximadamente en el millón de ciudadanos, como explica el estudio. “Incluso si los dioses moralizantes no desencadenan la evolución de sociedades complejas, pueden representar una adaptación cultural necesaria para mantener la cooperación en la sociedad una vez que han sobrepasado determinado tamaño, quizá debido a la necesidad de someter a poblaciones diversas en imperios multiétnicos a un poder de mayor nivel”, explica el autor. Es decir, eran un útil pegamento social a medida que los imperios aumentaban de tamaño. Un dios vengativo podía asustar y crear obediencia, pero un dios moralizante tenía una función adicional: regular el comportamiento diario de habitantes pertenecientes a culturas muy diferentes. Estas comunidades tenían miedo de las plagas de langostas, las enfermedades o las malas cosechas si no cumplían con los deseos de sus dioses Es lo que ocurrió, por ejemplo, cuando el imperio español llegó a Sudamérica y arrasó sociedades complejas como la inca. “En estos casos, las doctrinas moralizantes podrían haber contribuido a estabilizar los imperios, al mismo tiempo que impedían las expansiones futuras”, explica el estudio. Es el caso de la conquista de Kalinga por el emperador Asoka, “el pacifista”. Kalinga, un estado de la costa este de India, cayó alrededor del 262 a.C. bajo el poder mauria tras una cruenta guerra. La historia cuenta que Asoka quedó conmovido por los lamentos de los familiares de los muertos, y que sus remordimientos probablemente le llevaron a adoptar el budismo y a renunciar a la guerra. En este caso, el dios budista moralizante no sirvió para controlar a los subyugados, sino para poner freno a un imperio, el mauria, que se expandía a través de la sangre y el fuego.