III

En la séptima línea, con el último trago, al final del andén, con una mano en
la cabeza y la otra hurgando en las vísceras, imposibilitada de fijar la vista en
nada. Llena de olvido, vacía, taciturna, perdida; ensayando el último
desencuentro de la lista, temblando más que de frio de temor.

Sin batallas que contar, solo un viento helado y frio contra su frente, el aire
se ha llevado todas sus victorias, quedando solo las derrotas por narrar.

Con medio cuerpo quebrado, la lágrima solitaria que rueda por su mejilla es el
mudo testigo de su estado, una ira ciega ha empezado a treparse por su
estómago, ascendiendo a su garganta; la consigna simple de jamás sentir
lastima por si misma retumba en sus adentros.

Si tuviera su espada la usaría contra sí, arrancaría de tajo las carencias,
cejaría los dolores, se brindaría un extenso minuto de paz, pero no, apenas y
cuenta con esta marchita cascara que ya no sirve para nada.

Mantras tanto afuera, iba volando el mundo otra vez…