El cielo y el infierno; la luz y la oscuridad. Generalmente se piensa en el infierno
como un lugar terrible repleto de suplicios. Un lugar donde los condenados son
sometidos a los peores vejámenes físicos. Una eterna y gigantesca sala de
torturas.

En A puerta cerrada, Jean-Paul Sartre nos ofrece una idea diferente: el infierno
como una habitación donde tres desconocidos son condenados a vivir
eternamente, sin poder dormir, sin siquiera poder papadear. No hay torturas ni
verdugos, sólo tres personas obligadas a permanecer allí para siempre.