Maté a Dios hace algunos años. Estuve dos terceras partes de mi vida bajo el látigo de la concupscencia y finalmente fue muy difícil desligarse de la idea de que las pasiones son pecaminosas, pero pude hacerlo. Una especie de pesimismo me invadió al principio, cuando estaba aún de luto por su muerte, mas eso no significó en absoluto que me haya autoimpuesto que si Dios no existe, todo está permitido.
La ausencia de valores previos caló profundo en mi ser, pero la idea de que el hombre se hace fue forjándose en mi mente cada vez con más fuerza. El arquitecto divino no obra más en mi, me dije, pero ¿qué sigue ahora? Hacerme, con cada día que pasa "hacerme"
Ese "hacer" viene a representar lo que en existencialismo se podría llamar "definir nuestra esencia", sin embargo, no logro aún encontrarla, definirla, verla, palparla, nada... siento que voy para ningún lado. Me hago, con base en mi libertad, pero esa libertad no me lleva a ningún destino, al igual que la concupiscencia no lo haría, pero entonces, si antes estaba condenado a la concupiscencia, hoy lo estoy a mi libertad absoluta. Estamos sentenciados a una existencia indeterminada de uno u otro lado. Mi condena de libertad absoluta es encarnar el ser y encarnar la nada.
"aunque Dios existiera, nada cambiaría"
Dice Parzival que algunos en este desquiciamiento total (existencia indeterminada) encuentran su camino (esencia)...
No sé si rayo los lindes de la deliciosa locura. Quisiera creer que sí y que he encontrado mi esencia al fin. Hoy, al menos hoy, toca pensar de esta forma:
"Credo quod habes, et habes"
(Erasmo de Rotterdam: "cree que lo tienes, y lo tendrás")
Última edición por Nietzscheano; 22-oct.-2010 a las 10:42
Mi pena es sencilla y nada misteriosa y, como tu alegría, por cualquier cosa estalla.