Salió de la casa de su abuela paterna a las 2 de la tarde. Su rumbo era la casa de su otra abuela, la materna, donde vivía.
La distancia entre ambas estancias es de poco más de 100 metros, sin embargo esos 100 metros se hicieron eternos pues nunca llegó a su destino. Su madre llegó a la desesperación a eso de las 7 de la noche, estalló en llantos y sollozos y toda la comunidad corrió en búsqueda de esa pequeña niña de apenas 7 años que había salido a las 2 de la tarde de casa de su abuela después de haber compartido su almuerzo con "papito"
La búsqueda fue incesante. Al ser una zona cafetalera, todos se temían lo peor. Y se confirmó poco antes de la media noche. El cuerpecito sin vida de Dayanna apareció en un agujero de desagüe, en medio de un cafetal, tapado por hojas secas de café. Los moretones hacían casi imposible reconocerla, había muerto estrangulada, golpeada y ultrajada, sí, los análisis confirmaron que había sido violada.
El asesino, un vecino de la comunidad de apenas 18 años, regresó al pueblo, a casa de su madre, después de 20 años en la cárcel. Su pena había sido cumplida, pero esas cosas no se olvidan. El y su madre tuvieron que abandonar el pueblo que lo vio crecer, el país que lo hizo ciudadano, a riesgo de su propia vida. Según dicen, hoy vive en Nicaragua y es padre de dos hermosas niñas que viven bajo el resguardo de una abuela que vivió aquélla muerte en carne propia.
En el pueblo, en Jesús de Santa Bárbara, dicen que en las noches ventosas y frescas de noviembre se puede escuchar a Dayanna reir bajo las lámparas de la calle que fue su último camino...
Mi pena es sencilla y nada misteriosa y, como tu alegría, por cualquier cosa estalla.