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Mechanic Hamlet
Casi nadie pone atención cuando se encuentra por primera vez ante algo hermoso o ejemplar en sí mismo. Tan es así, que es necesario afiliar lo que nos parece bello con estereotipos señalados; contrastamos y catalogamos, con arreglo, a prototipos aceptados generalmente. De ahí que, para manifestar el éxtasis, se dice que una cosa se parece a otra, o que una persona tiene las virtudes de otra. Lo cual corrobora el hecho de que no se observan las cosas tal como son, como si fuera por primera vez, con asombro, sino sólo como si se trasladaran sus sones a otra. Por eso el término de belleza, en la actualidad, se encuentra tan desgastado por la muchedumbre indocta y sanguinaria. Para esos animales amaestrados, es bello un ornamento floral artificial, un postizo rubio, un carruaje fastuoso o un atavío esplendoroso.
Los espíritus mermados, impacientes por estar de moda, se sumergen en la contemplación de lo social, de la pincelada subalterna de la frivolidad. ¿Acaso no ven que lo que hacen es grotesco, antiestético y vulgar? Lo mío son las pinceladas artísticas. Lo de ellos es la brocha gorda. Pero la sociedad es un viejo prototipo tantas veces esculpido que hoy es demasiado complaciente, todos caben el ella, la pluralidad es la moda de la actualidad. Y con esto queda constatado que la vasca puede adoptar un sinfín de gamas y matices. Esa tal diversidad de individuos es como una estratagema de sonámbulos ambulantes, algo completamente repugnante desde todos los puntos de vista: heterosexuales, bisexuales u homosexuales, ¿qué más da? Desalmados hambrientos de originalidad.