En realidad, no hablo de la cobardía de otro, así, en singular. Los individuos no me interesan, prefiero analizar las tendencias sociales. La gente, cuando es feliz, le agradece a su Dios, el que sea. Es un indicio claro que la actual sociedad, por matar a su Dios, no es feliz. La felicidad se la ha definido el hombre moderno en términos de la ataraxia, quiere la satisfacción total de sus pasiones y apetitos y la ausencia de inquietues, razón por la que siempre se sentirá infeliz. Por otro lado, este individualismo, absoluta preocupación por el ahora, implica que no mira el horizonte, no le preocupa el devenir de sus nietos y demás generaciones, carece de posteridad. Esa es la razón de que no le interese tener un testigo, Dios. Cuando llamo cobardes a estas generaciones, me refiero a que no tienen valor para las acciones decididas, son fofas y juego con la situación: avergonzado el hombre de su condición, no quiere ser visto por El Omnipresente.