bla bla bla...
Un día, sentada en un parque, llegó y se estacionó un BMW, nuevecito. Vaya, qué bonito auto -pensé-, ¿y cuál fue mi sorpresa?, que el tipo que se bajó del BMW, traí las típicas playeras de Versace, acá, toda garigoleada, abierta hasta la mitad, enormes anillos que, supongo, eran de oro y una cadenota que también, supongo, era de oro. Un pantalón gris de pinzitas, y el colmo del mal gusto, calcetas azul marino con unos mocasines de color beige. Lo peor fue que, cuando se iba bajando del auto, sonó su celular, y tenía de tono el de: 'Hay tamalesss Oaxaqueños, lleve sus tamales calientitos.'. No, no, no... al ver tal cosa tan bizarra, solté una leve carcajada y me pregunté: '¿A qué se deberá tal cosa?'. Así que me di la tarea de analizar esta clase de fenómenos -no me refiero a las personas con el síndrome de Wicho Domínguez, sino al hecho-, y llegué a la conclusión de:
AUNQUE LA MONA SE VISTA DE SEDA, MONA SE QUEDA.