Me parece muy bonita esta leyenda .... sin dudas la guitarra criolla es parte cotidiana de la vida de los argentinos. Espero que les guste

Leyenda gaucha de la guitarra



Cuenta la leyenda que Hilario no conocía más que la soledad. Al principio, no le importaba. ¿Qué podía faltarle a un gaucho joven, si tenía un rancho donde cobijarse, un caballo incansable y unas cuantas ovejas que atender? Pensándolo bien, tenía otros triunfos. Por ejemplo, cuando, en las albas frías, bajo un cielo de estrellas transparentes, se levantaba de la cama para calentarse los primeros mates en el brasero. O bajar al valle, a pleno galope, para sentir el viento en la cara y volver despacito cuando la tarde se va, despreocupado del camino que su caballo tan bien conoce.

Pero llegaron los días en que Hilario comenzó a cansarse de su soledad y del silencio. Una tarde de lluvia, copiosa y acompasada, lo condujo al sueño. Al despertar, Hilario ya sabía: necesitaba una compañera. Se puso una camisa limpia y se dirigió al pueblo. No la vio, al principio, entre la gente que se había juntado frente a la pulpería. De pronto, su mirada encontró a la muchacha con la que había soñado, con su voz, su cara y su cuerpo, y se llamaba Rosa. Fue así como Hilario la subió sobre el lomo de su caballo y, a partir de ese momento, vivieron juntos en el rancho. Día tras día, Rosa realizaba las tareas cotidianas con alegres cantos. Hilario apuraba el regreso para mirarla y escucharla. Al final del día, con los quehaceres listos, se sentaban muy juntos, al calor del fuego en invierno, a la puerta del rancho en verano, para contemplar las primeras luces de las luciérnagas.

La desgracia vino un día en que Amuray, el cacique de una tribu indígena, también se enamoró de esa criolla tan graciosa. Primero la quiso seducir, vanagloriándose de su posición y ofreciéndole regalos. Finalmente, una tarde, el indio asaltó el rancho y se la llevó.

Hilario se extrañó de que su mujer no le saliera al encuentro ese día. El gaucho comprendió lo que había pasado con sólo ver el desorden del rancho. Al galope y con el corazón apretado, siguió el penoso rastro.

La lucha fue feroz. Hilario, al ver que Rosa estaba herida, rugió y se abalanzó sobre Amuray como si fuera un puma. Por fin, un puntazo de cuchillo hizo que el indio soltara a la cautiva. A duras penas, Hilario pudo sostener a la desmayada Rosa que, antes de llegar al rancho, ya estaba muerta.

Hilario, abrazando el cadáver, llamó a su amada con el sinfín de palabras que ella le había enseñado y lloró con toda la pena de su corazón solitario, mientras caía la noche. El pobre gaucho se quedó dormido, bajo las estrellas, con la cabeza inclinada sobre el cuerpo querido y, sólo con el sueño, llegó el alivio.

No lo despertó el alboroto de los pájaros ni el resplandor rojizo tras los arbustos, sino una música desconocida y tan cercana, que parecía brotar de su propio cuerpo. Con la vigilia, volvió la pena, y también la sorpresa, al ver que sus brazos ya no rodeaban el cuerpo de su compañera, sino que sujetaban una caja de madera con forma de mujer, apenas perlada por el tenue rocío del amanecer.