Me gustan los documentales, veo muchos. Y a la vez no me gustan los programas de “cotilleo”. Esos donde varios presuntos periodistas se dedican a poner verde al personaje de turno. Simplemente pasar por alguno de ellos al hacer zapping en la tele me da repelús.
Pero admito que los documentales biográficos sobre alguna persona famosa me atraen, aunque también tienen algo de cotilleo que debería espantarme. Por ejemplo, reconozco que no me pierdo un “docu-bio” sobre Michael Jacskon, Marilyn Monroe o JFK, Frank Sinatra o Ava Gardner. Etc. Etrc.

Hoy acabo de pasar una sesión intensiva de recientes especiales dedicados a la actriz Elizabeth Taylor. Y aunque subyugado por la belleza de esa mujer, al terminarlos saco la misma conclusión que he sacado de otras vidas resumidas, y es que en todos estos trabajos parece que los autores nos quieren transmitir la idea de que “El o ella, no fueron felices a pesar de la fama y el dinero.”
Ante esto, como espectador y persona que vive en el mundo real, tengo que hacer varias reflexiones. La principal y más importante es que: Nadie somos felices el 100% de nuestra vida. Y por tanto estas personas famosas tampoco pueden serlo.
Dicho esto, aunque en muchos momentos ellos desprecien o incluso sufran la presión de la fama, es incuestionable que gozan gracias a ella de más momentos agradables que desagradables. A diferencia de las personas vulgares -nosotros-, que como gente desconocida tenemos poquísimas ocasiones de ser felices.

Cada vez me siento más reacio a compadecerme de los que viviendo en la opulencia, en el lujo, en la sociedad privilegiada, nos quieren vender sus ratitos de malestar como si fuera un drama. Se trata de un agravio comparativo que a alguien que vive todos los días trabajando duro y pendiente de poder pagar los gastos ineludibles para seguir viviendo se le intente vender la idea retorcida de que lo penoso es que quien teniendo fortuna y una vida placentera, termina cayendo en la depravación y la ruina.
¡No hombre, no!
Los que merecen misericordia -la de verdad, no la cristiana- son los hombres y mujeres desconocidos. Los que padecen y acarrean con las guerras provocadas por locos. Los que se levantan todos los días para trabajar y ganar cada vez menos sueldo. Los que pasan noches en vela preocupados por las facturas, o por los delincuentes que los rodean.

Pero ¿Sabes qué? Es curioso que el mecanismo mental funcione de tal manera que durante un rato ver la falsa pena de otros nos haga adormecer la nuestra.