Un baño de sangre por la intolerancia religiosa


Enrique VIII inició la persecución de católicos en 1534 con el Acta de Supremacía, que le proclamaba a él jefe absoluto de la Iglesia de Inglaterra y declaraba traidores a cualquiera que simpatizara con el Papa de Roma . Una larga lista de altos cargos de la Iglesia rechazaron este acta y fueron correspondientemente ejecutados, entre ellos Tomás Moro y el obispo Juan Fisher . Todas las propiedades de la Iglesia pasaron a manos reales.

En 1535, en plena ola de represión fueron descuartizados los monjes de la Cartuja de Londres con su prior, John Houghton, a la cabeza. Fueron ahorcados y mutilados en la tristemente célebre plaza de Tyburn , a modo de ejemplo contra una orden caracterizada por su austeridad y sencillez. El balance fue de 18 hombres, todos los cuales han sido reconocidos oficialmente por la Iglesia Católica como verdaderos mártires. Asimismo, el fracaso de una rebelión católica contra el Rey se saldó en 1537 con la condena a muerte de otras 216 personas, 6 abades, 38 monjes y 16 sacerdotes.

El sufrimiento cambió un tiempo de bando con la llegada al trono de María Tudor una vez fallecido su único hermano varón, Eduardo VI. La « reina sanguinaria » nunca olvidaría que con el divorcio de sus padres, en 1533, tuvo que renunciar al título de princesa y que, un año después, una ley del Parlamento inglés la despojó de la sucesión en favor de la princesa Isabel. Bajo el reinado de María y su marido Felipe II de España, se ejecutaron a casi a 300 hombres y mujeres por herejía entre febrero de 1555 y noviembre de 1558. Muchos de aquellos perseguidos estuvieron involucrados en la traumática infancia de María, empezando por Thomas Cranmer , quien siendo arzobispo de Canterbury autorizó el divorcio de Enrique VIII y Catalina de Aragón .