El interior de una célula procariota está lleno de un líquido acuoso rico en nutrientes, sales y otras sustancias que constituyen la materia prima con que la célula elabora los productos que necesita. El proceso de manufactura, sin embargo, no es aleatorio. Como una fábrica dirigida eficientemente, la célula organiza miles de reacciones químicas de tal manera que se produzcan en un orden y un horario fijos.
La célula pasa mucho tiempo sintetizando proteínas. ¿Cómo lo hace? Primero, la vemos fabricando unos veinte aminoácidos distintos (los bloques básicos de las proteínas), que luego envía a los ribosomas . Los ribosomas, comparables a máquinas automáticas, enlazan los aminoácidos en una secuencia precisa para fabricar una proteína específica. Así como las operaciones de una fábrica pueden ser gobernadas por un programa informático central, muchas funciones de la célula son gobernadas por un programa informático, o código, conocido como ADN . Los ribosomas reciben del ADN una lista detallada de instrucciones que les indican qué proteína construir y de qué manera.

El proceso es sencillamente prodigioso. Cada proteína se va plegando hasta adoptar una figura tridimensional única, la cual determina la tarea especializada que desempeñará. Imaginemos una cadena de producción de motores, donde las piezas deben construirse a la perfección para que los motores funcionen. Así mismo, las proteínas deben construirse con total precisión y adoptar la forma exacta para que realicen adecuadamente su función; de lo contrario, hasta podrían perjudicar a la célula.
¿Cómo llegan las proteínas desde el punto de fabricación hasta el lugar donde se las necesita? Cada una lleva una etiqueta con la dirección de entrega. Así, aunque se construyen y se envían miles por minuto, ninguna se pierde: todas alcanzan su destino
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