Los problemas de Leonardo de Pisa matemático al que los católicos hicieron la vida imposible.

A su vuelta a Pisa, Leonardo se encontró con la incomprensión y
hasta con el abierto rechazo de sus paisanos. Así que, aquella
mañana de otoño del año 1202, en la presentación del Libro del
Ábaco en la Plaza del Mercado de Pisa, Leonardo trató de
mantener la calma ante el abucheo de los afiliados al GCP
(Gremio de Comerciantes de Pisa). Después de intentar mantener
el tipo junto al alcalde de la ciudad, y de esquivar un par de
tomates lanzados contra él, el matemático tomó la palabra:

-Queridos paisanos y compatriotas…

-¡Fuera! –gritaban sus detractores.

-¡Dejadle que hable! –exclamaban sus defensores.

-La nueva numeración que propone es una revolución –decían
unos.

-¡Es un lío! Yo prefiero seguir contando en romano –decían otros.

-¡Progresistas!

-¡Inmovilistas!

Leonardo, sin inmutarse ante las exclamaciones, colocó una
pizarra sobre el estrado en que se encontraba y escribió la fecha
del día en que se encontraban en ambos sistemas, pero con todos
los números juntos: 28-11-1202 y XXVIII-XI-MCCII. Ante lo
escrito en la pizarra la sorpresa fue total y absoluto entre los
presentes.

-¿Eso qué es? –preguntó el presidente del GCP.

-La fecha de hoy en ambos sistemas: 28 de noviembre de 1202. A
ver, ¿qué cifra es más sencilla?

Y volvió a escribir las cifras por separado:
XXVIII = 28 XI = 11 MCCII = 1202

Ante las nuevas cifras escritas, el desconcierto, acompañado del
silencio, volvió a abatirse sobre la Plaza del Mercado.

-¿O sea, que la C es 100, la D 500 y la M 1.000? –preguntó
Bianca Latte, la lechera.

-Eso es.

-¡Madre mía! ¡!Que lío! ¿Y a cuánto cobro yo el litro de leche?

-¿Y cómo se escribe, por ejemplo, MDCCCXXXVII? –preguntó
Denario Lira d´Oro, el prestamista.

-Pues así: 1.837.

-¡Qué disparate! Eso es muchísimo menos dinero.

-Pero si es la misma cantidad –dijo Fibonacci.

-¡Pues abulta mucho menos!

Entonces, para que el prestamista se calmara -entre otras cosas
porque le debía MCCCLVII liras- el alcalde preguntó:

-¿Y que significa ese rosco entre los demás números?

-Eso no es un rosco, ni un circulo: ese es el CERO, el número
mágico, el más importante de todos, el número que no significa
nada y el que lo es todo, el que no vale nada y es el que más
puede llegar a valer, según dónde se le coloque.

-¡La gallina! –exclamó el alcalde. Y ante el silencio y la cara de
sorpresa de Leonardo, añadió avergonzado: -Perdón, creí que se
trataba de un acertijo.

Ante tal salida, Leonardo creyó conveniente, para calmar los
ánimos, explicar lo que eran números pares e impares para
proponer, a modo de juego, una adivinanza aprendida en Argelia.

Y dijo en voz alta, para que lo oyeran todos:

-Yo puedo adivinar cualquier número par que cualquiera de
ustedes piense… y lo voy a demostrar. Y escribió en la pizarra lo
siguiente:

“Propongo a alguien que piense un número par, que lo triplique,
que el producto obtenido lo divida por dos y que el cociente lo
triplique de nuevo. Antes de que enuncie el resultado de las
operaciones propuestas yo le diré cual es el número que ha
pensado”.

Leonardo se volvió de espaldas mientras el alcalde escribía el
número pensado en la pizarra y hacía las operaciones a la vista de
todos, para que fueran testigos del juego. Una vez terminadas las
operaciones, y sin volverse, Leonardo dijo en voz alta el número
que, para sorpresa de todos, era el que el alcalde había escrito en
la pizarra. Y estaba recibiendo los aplausos de sus seguidores y el
silencio de sus detractores cuando Fra Giovanni Tradizione, el
párroco de la iglesia de Santa Maria dei Fiore, la iglesia que
estaba en un extremo de la plaza -eso si, el extremo principal- se
abrió paso entre la multitud hasta llegar al estrado hecho un
basilisco y enarbolando amenazador un gigantesco crucifijo gritó,
indignado y a punto de una apoplejía:

-¡Anatema! ¡Herejía! ¡Eso es magia! ¡Eso es ir contra la tradición
de nuestros mayores! Y la Iglesia la prohíbe por…

Hasta que el alcalde -descaradamente “algorista”- le interrumpió
con un autoritario gesto:

-¡Que anatema, ni que gaitas florentinas! Esto es progreso, señor
cura, Pro-gre-so. ¿Lo entiende? Así que usted, a sus misas y su
incienso.