Los revolucionarios mexicanos tenía una costumbre que marcó a sus hijos, nietos y bisnietos. Juntaban el apellido paterno con el materno y lo ponían compuesto. Así las familias se identificaban con un personaje. Los Elías Calles, los Ortiz Rubio, los Portes Gil o los Alonzo Romero.

La historia pone medios de intelectualidad y de compromiso social. Nos decía Hanna Arendt en su texto sobre las revoluciones que la diferencia entre un revolucionario que lleva acciones de cambio y quién no lo es es el valor de la justicia.

Los personajes suscitan la envidia y el odio de personas comunes que no suelen entender la profundidad de las propuestas de estos hombres, su compromiso social con riesgo de la vida y su intelectualidad. Por eso es fácil calumniar, distorsionar hechos que por sí mismos son dramáticos. Por eso, se tiene derecho siempre a analizar de manera más objetiva a los personajes sin el ruido que luego se quiere comprometer.